Una de las cosas que más me asombra de este deporte es que cuando uno está en el túnel de vestuarios, esperando el momento para saltar al terreno de juego, todos los estadios suenan igual. No importa que en las gradas se sienten humanos, orcos, skavens o adoradores del caos, la sed de sangre es la misma.
No es lo que me esperaba cuando empecé a fijarme en este deporte, en mis tiempos en la Universidad Imperial de Altdorf. Por aquel entonces creía que era tarea de los humanos demostrar a las razas inferiores que se podía jugar mucho mejor al Blood Bowl sin necesidad de recurrir a la violencia, por eso era lanzador. Y era de los buenos, tanto, que antes de la final de la Liga Universitaria ya tenía apalabrado un contrato nada menos que con los Segadores de Reikland.
Fue en mi primer partido como profesional en el que me di cuenta de lo equivocado que estaba con mi filosofía acerca de este estúpido deporte. Nos enfrentábamos a los Arrancahierbas, un patético equipo de halflings que se mantenía en la primera categoría para cumplir el cupo de “equipos de reducido tamaño” impuesto por la organización de la liga. En la primera jugada, mientras buscaba un pase claro entre las ramas de su hombre árbol, uno de esos pequeños cabrones se me acercó, saltó como jamás pensé que podía saltar un medio-hombre y me arrancó el ojo derecho de un mordisco. Mientras me lamentaba en el suelo, tratando de detener la hemorragia masculló unas palabras. “¿Qué dices, pequeño bastardo?” le dije, intentando parecer un tipo duro a pesar de mis sollozos. El halfling escupió el ojo y repitió: “Bienvenido a Blood Bowl”.
En fin, el caso es que con un solo ojo mi carrera como lanzador estaba más que acabada y los Segadores me vendieron a precio de saldo a los Arañas Árticas, un equipo otrora grande, pero que se encontraba sumido en una profunda crisis desde que un par de años atrás se manifestara un Príncipe Demonio durante la final de la Copa del Caos que disputaron contra los Estrellas del Caos y devorara a toda la plantilla titular.
Fue en este equipo, con la ayuda de su entrenador Ulf Meisenberg, donde reconduje mi carrera hacia lo que soy hoy: un línea robusto y defensivo.
Llevo en este equipo siete años en los que poco a poco hemos ido creciendo, aunque aún no hemos llegado al nivel que este equipo tuviera antaño, y me enorgullece saber que los Segadores de Reikland han vuelto a fijarse en mí, esta vez para suplir al mismísimo Zug el Poderoso ahora que se va a retirar. Me estaba pensando si volvería a un equipo que se deshizo de mí en cuanto dejé de serles útil, pero todo eso ya no importa.
No suelo ponerme a filosofar justo antes de los partidos, no es lo que necesito para salir a romper huesos al terreno de juego, pero dicen que cuando vas a morir, tu vida pasa por delante de tus ojos (o de los ojos que te queden). Y con el puñal envenenado de un asesino skaven clavado en el estómago es muy probable que estos sean mis últimos pensamientos. El muy bastardo ha esperado a que me quedara solo en las duchas antes de entrar. Supongo que me lo debería tomar como un halago, al fin y al cabo, debo de ser bueno para que alguien pague por matarme.
Muy duro... mola mucho.
ResponderEliminarMuy bueno y muy duro, como el bloodbowl mismo.
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